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Título: Las puertas invisibles | Autora: Alice Hoffman | Traducción: Icíar Bédmar | Editorial: Umbriel | Precio: 17.00 € |
Hace
tiempo que quería leer a Alice Hoffman, pero en España es una autora
que ha sido muy poco publicada. A pesar de existir una adaptación
famosísima de uno de sus libros, Practical Magic, parecía que ninguna
editorial se iba a animar a publicarla más allá de alguna novela
infantil y alguna historia descatalogada, y cuando vi que Umbriel iba a
traer su última novela, Las puertas invisibles, me alegré muchísimo
porque por fin tenía la excusa perfecta para probar por primera vez su
prosa. Y si, me ha dejado con ganas de más: no será la última vez que lea a la autora.
En Las Puertas
Invisibles nos ponemos en la piel de Mia Jacob, una chica de unos quince
años que ha crecido recluida en La Comunidad, una secta con un líder
espiritual que no permite que sus seguidores salgan sin permiso, lean
libros o se cuestionen cosas. Su madre Ivy, que huyó de joven de casa de
sus padres, se casó con dicho líder y Mia ha crecido pensando que era
su padre. Hasta que un día, transgrediendo todas las normas, encuentra
un libro en la biblioteca del pueblo, La letra escarlata, y decide huir.
Las Puertas
Invisibles ha sido una lectura que he disfrutado muchísimo. Mia como
personaje protagonista me ha encantado: una chica fuerte pero sin rozar
la parodia, que tiene miedo pero que quiere escapar. Por otro lado
también llegamos a conocer Ivy y a su historia: cómo llego a parar a La
Comunidad, lo rápido que entendió lo mucho que se había equivocado y lo
sola y desamparada que se sentía. La conexión de ambas es maravillosa,
una relación casi prohibida pero que se mantiene a pulso. La manera en la consiguen mantener mantener una relación de madre e hija como tal aún teniéndolo prohibido, la delicadeza y el amor, el cuidado, a escondidas pero a la vista de todos es conmovedora. Ivy lo dio todo por su hija y así lo demuestra. Su historia está marcada por el rechazo de ser una chica demasiado: demasiado independiente, demasiado impetuosa, demasiado libre. Que permanezca en La Comunidad a pesar de saber que se ha equivocado es una muestra de amor a su hija, aunque sabe que no es lo mejor para ninguna... y es que Hoffman muestra que conoce bien los mecanismos de las sectas coercitivas y las consecuencias de seguir a un líder narcisista erigido entre un montón de personas perdidas, carnaza perfecta para sus propósitos. Además, la manera en la que Mia encuentra consuelo en los libros y en específico en La letra escarlata nos recuerda que a veces, leer historias que te entiendan puede ser un salvavidas en medio del océano.
En cuanto al resto de
personajes, en su mayoría también son conmovedores, en especial Sarah y Constance, y me ha gustado mucho la manera en la que, cuando se
presenta a alguno de los que nos va a dejar huella, se hace un inciso en la trama y la autora
nos enseña su historia, lo que nos permite conocer mejor sus
motivaciones y justificaciones. Sin ninguna duda, tenéis que descubrirlas. Por otro lado, aunque se trate de alguien completamente detestable, conocer más de Joel habría aportado muchísimo, aunque entiendo por qué la autora lo ha presentado de esta manera y no ha querido darle más de lo que merecía.
Hoffman tiene una manera muy natural de introducir
ciertos temas, dándoles importancia pero a la vez sin recargar con
exceso de drama. Quizás en ocasiones su escritura se torne algo intensa,
pero es algo que casa perfectamente con el tipo de historia que nos
quiere contar. Es en la segunda mitad
cuando el libro pierde fuelle: es irónico porque es cuando comienza la
trama con el pasado, pero la sensación general es de falta de páginas.
Hay un salto muy grande desde la adolescencia de Mia hasta su adultez y me hubiera gustado conocer mejor cómo creció, cómo vivió. Por no hablar de que su encuentro con Hawtorne habría dado para muchísimo. Habría leído encantada otras 200 páginas más de Mia, Nathaniel y Elizabeth,
ese viaje al pasado a través de una copia de La letra escarlata que
promete la sinospsis es apasionante, hermoso y por eso me apena tanto
que esa segunda mitad quede tan escueta en comparación con la primera.
"Yo también tengo sueños", le había dicho a su hermano. "Pero bien podrían ser cenizas".
Sin
duda, Hoffman ha escrito en Las Puertas Invisibles un homenaje al poder
de los libros y también a la figura de Nathaniel Hawtorne. Y no solo
eso: no quiso dejar olvidadas a esas mujeres que en el 1800 no pudieron
ser lo que querían ser y que tuvieron que guardar su talento y valía
para encajar en una sociedad complicada para aquellas que se salieran
del molde. Y sobre todo, un aviso: no hay que confiarse porque lo que
tanto costó conseguir es muy fácil perderlo. La novela tiene sin duda un trasfondo feminista, un mensaje importante sobre la autonomía de la mujer en todos los sentidos. También un abrazo a aquellas personas, sean del género que sean, que no sienten que encajen en lo que la sociedad esperan de ella, en unas normas de género encorsetadas, algo que se puede entender al leer el retrato que hace de Nathaniel Hawtorne. Una historia que los
amantes de la ficción histórica con tintes románticos sin ninguna duda
van a adorar.
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